sábado, 15 de noviembre de 2008

El festín de Belsasar

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En el libro de Daniel se hace el siguiente relato "El rey Belsasar (Baltasar en castellano) hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino. [...] Entonces fueron traídos los vasos de oro que habían traído del templo de la casa de Dios, que estaba en Jerusalén, y bebieron con ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de metal, de hierro, de madera y de piedra. En aquella misma hora salieron unos dedos de mano de hombre, y escribían delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la palma de la mano que escribía. Entonces el rey Belsasar fue muy turbado, y se le mudaron sus colores y alteráronse sus príncipes".
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Los máximos sabios y astrólogos asirios, caldeos y babilonios, convados por Baltasar; no lograron descifrar la inscripción dejada por la mano sobre la pared. Entonces, trajeron al judío Daniel, cautivo en Babilonia junto con todo su pueblo, y lee el texo que dice "Mené, mené, tekel, upharsín" y lo traduce al hebreo: "Contó Dios tu reino, y lo ha rematado. Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado en falta. Tu reino ya ha sido destruido y será dado a los medos y los persas".
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Éste es el tema bíblico que Rembrandt aborda. Suman más de una treintena los cuadros que pintó con temas del Antiguo Testamento. Son varias las razones para ello. Entre otras, cabe destacar la importancia de la población judía en Amsterdam, que a mediados del siglo XVII superaba las 100.000 personas. En la ciudad vivían numerossos descendientes de las juderías de España y Portugal, de donde habían sido expulsados. En Amsterdam, los hebreos formaban parte del paisaje cotidiano, tenían sus propios tribunales y podían celebrar su propio culto, sin el acoso antisemita que predominaba en la mayoría de los países europeos.
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de Remberandt (1606-1669)
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Dedicados mayoritariamente al comercio, los judíos gozaban de un alto nivel económico y muchos coleccionaban obras de arte. Sin ir más lejos, uno de los grandes amigos personales de Rembrandt fue el rabino Menashe ben Israel, un destacado comerciante. Pero hay otras razones que explican la recurrencia de Rembrandt a la Biblia.

En el cuadro, la luz emana de la escritura que Rembrandt reproduce con letras hebreas dibujadas a la perfección. En la reproducción del texto, el pintor incluso respeta lo establecido por la leyenda: las palabras están escritas en sentido vertical, a los efectos de que su lectura se vuelva aún más indescifrable para los sabios babilonios consultados.
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Como un segundo foco situado arriba a la derecha, el texto deslumbra al espectador hasta el punto de impedirle reconocer la pared y el espacio reproducido en el lienzo. De este modo, la escena se ve privada de referentes estabilizadores. Está dominada por el personaje de Baltasar, que se levanta de pronto y alza el brazo izquierdo para progerse de la luz, al tiempo que procura apoyar el cuerpo en la mano derecha. Un detalle demuestra que no consigue estabilizarse: su mano no se apoya en la superficie de la mesa, sino en la tapa de una bandeja, lo que refuerza la sensación de inestabilidad. Al movimiento del cuerpo hay que añadir el giro de la cabeza: si, como el espectador imagina, hasta unos segundos antes se dirigía a los comenasles, ahora se vuelve hacia atrás, con los ojos desorbitados, en dirección al texto.
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El impacto de la escritura desata el dinamismo del cuadro: hacia la derecha, el impacto se vuelve físico, ya que la mujer parece caer de la silla, al tiempo que se vuelca el contenido de su vaso. Mientras los otros personajes se muestran de perfil o de lado, ella es vista desde lo alto: la mirada del espectador se desliza por la nuca y el cuello hasta el escote. De este modo, mediante un escorzo magistran, Rembrandt logra un gran efecto de violencia, utilizando el juego de luces y sombras, de ccuerdo a las tradiciones del tenebrismo italiano.

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