de Salvador Dalí (1904-1989)
Ese monstruo que domina el cuadro guarda, más o menos, las proporciones del contorno del mapa de España, del que brotan brazos y piernas que se desgarran mutuamente, mientras una forma fálica y flácida, recurso característico de las formas blandas del pintor, abraza una cadera rota, y las judías se esparcen por el suelo sin que puedan saciar el hambre de nadie. Esta visión de antropofagia remite también a la obra de Goya, y, concretamente a Saturno devorando a sus hijos, basta observar la cara del monstruo, con ese gesto extático, los músculos del cuello en tensión y esos brazos que se estiran, se transforman y se pudren, creando un conjunto del que el espectador no puede apartar la vista, por muy repugnante que sea el resultado. Es probable que Dalí creyera que al mostrar a España haciéndose trizas a sí misma, vaticinaba las atrocidades que cometerían los dos bandos implicados en la guerra.
La escena de una autodestrucción la plasma el pintor sobre un paisaje yermo que habla de desolación y de muerte; un lugar propicio para que las vísceras se descompongan y un diminuto, pero aséptico médico pase revista, con científica frialdad, sobre un cuerpo agonizante.
El pintor justificó la presencia de las judías hervidas en su libro La vida secreta de Salvador Dalí, de la siguiente forma: "Esta blanda estructura de esa gran masa de carne en guerra civil la embellecí con judías hervidas, pues era inimaginable el tragarse toda aquella carne inconscientemente sin la presencia de algún farináceo y melancólico vegetal."
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