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La convulsión en su vida privada es lo que lleva a Gauguin hacia la Bretaña francesca, en busca de una paz interior que le permita pintar. Las primeras obras realizadas durante su estancia veraniega en esta región, concretamente en Pont-Aven, como este lienzo, rezuman todavía una técnica y una concepción impresionistas, de la que su pintura se irá alejando en un futuro no muy lejano. El ritmo con el que se trazan las pinceladas trata de insinuar el movimiento real de los elementos naturales, los árboles, las nubes, las hierbas, el agua, en relación a los elementos artificiales, las construcciones. Las figuras femeninas, aun estando activas, no toman el protagonismo que tendrán más adelante. Parece que el elemento central de la pintura, la típica casa bretona, es el auténtico protagonista del cuadro, y, a la vez, muestra los intereses del pintor por las arquitecturas ancestrales, alejadas de las construcciones urbanas. Las lavanderas del cuadro, con su induementaria peculiar, atávica, primitiva, con sus distintivas cofias sobre la cabeza, tendrán un papel iconográfico relevante en la producción posterior del artista. Esas mujeres aparecen por ejemplo, en muchas de las pinturas que Gauguin compone en esta primera estancia en Pont-Aven, durante el verano de 1886, y también a su regreso, en 1888.
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