miércoles, 4 de junio de 2008

La Libertad guiando al pueblo

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Delacroix se inspiró en la insurrección de París en julio de 1830, que puso fin a la dinastía de los Borbones, para realizar rápidamente este lienzo. Se trataba de un tema moderno y de rabiosa actualidad: el triunfo del levantamiento supuso la abdicación del rey Carlos X y la entronización de Luis Felipe de Orleans. Con el tiempo, Luis Felipe, víctima a su vez de las revoluciones, fue el último monarca francés. En una carta a su hermano, Delacroix escribió sobre esta pintura. "Me libro del rencor trabajando. He comenzado un asunto moderno, una barricada... Si no he combatido por la patria, al menos puedo pintar para ella. Eso me ha dado un humor excelente"

La figura de la mujer, con el pecho desnudo, simboliza Francia y la libertad. La humareda lumniosa de los cañones sugiere una metáfora de la burguesía, que se libera de las tinieblas y encuentra la luz en ese país que emerge de las cenizas. La bandera y la bayoneta, ascendentes y paralelas, representan la lucha y la patria, mientras que la cabeza vuelta de la mujer incita al pueblo a seguirla, avanzando hacia el futuro.
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Es posibe trazar un paralelismo de este cuadro con La balsa de la Medusa, de Géricault: la disposición de las figuras humanas, agrupadas en forma triangular, los brazos erguidos, en dirección al punto culminante; la mujer que empuña la bandera -en Géricault, un hombre agita un paño en primer plano-; los cuerpos caídos, desnudos y retorcidos; la media a los pies de un soldado muerto. La diferencia fundamental es que Géricault dirige la balsa hacia el fondo del lienzo, y Delacroix conduce al grupo en dirección al espectador.
Hay un único y potente foco de luz cenital que unifica la escena principal. Si la libertad ocupa el centro del triángulo, los cuerpos inertes en su base ejemplifican el sacrificio y la lucha por la victoria. El dinamismo, elemento básico del cuadro, viene definido por las líneas rectas en las armas y banderas, los ángulos de los gestos, la excitación expresa del momento y el juego de miradas que se establece entre los personajes.
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de Delacroix (1798-1863)
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En esta obsesión por el dinamismo, Delacroix se sierve de la repetición oportuna de los colores de la bandera; así, la paleta cromática gira insistentemente sobre rojos, blancos y azules; este último color es el responsable de la átmosfera que envuelve toda la composición. La armonía del conjunto viene dada por la subordinación de líneas, formas y colores a una idea central.
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El novelista Alejandro Dumas, amigo personal de Delacroix, desveló lo que opinaba éste de la Revolución. Dumas afirmó que el pintor, con el que recorrió entonces las calles de París, se asustó con la crudeza del ambiente revolucionario, pero que al ver la bandera de Francia ondear en la Catedral de Notre Dame, entusiasmado, decidió glorificar a aquellas masas que al principio le habían atemorizado. Sin embargo, más allá de la potente alusión simbólica contemporánea a la situación que se describe, el cuadro no es una crónica de los hechos, sino más bien la expresión colectiva de un acontecimiento histórico y un sentimiento colectivo. Más aún: ningún personaje, a excepción de la figura femenina, es protagonista: hombres, niños y cadáveres comparten la escena bajo la presidencia de la bandera francesa.
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Delacroix consideraba necesarios los cambios sociales: "La inercia, la ignorancia, la situación donde la suerte los maneja, transforman a casi todos los hombres en instrumentos pasivos de las circunstancias. No sabemos nunca lo que podemos obtener de nosotros mismos". No obstante se mostraba fatalista al afirmar: "la enfermedad, la muerte, la pobreza, los sufrimientos del alma son eternos y atormentarán a la humanidad en todos los tipos de regímenes, bien sea de forma democrática o monárquica".

El lienzo, expuesto en el Salón Oficial de 1831, fue consagrado por la crítica y adquirido por el rey Luis Felipe, que lo destinó al Museo Real del Palacio de Luxemburgo. Allí permaneció hasta que en 1948 fue exhibido públicamente en el Louvre.

En nuestros días, La Libertad guiando al pueblo no ha perdido un ápice de su fuerza y continúa despertando toda clase de pasiones y una profunda admiración. Es la obra más célebre de Delacroix y, por extensión, una de las más famosas de la historia de la pintura.
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